Un Techo Para mi Pais

Desde acá, se le puede hablar al oído a la Pirámide de Mayo. A 12 metros de altura, junto a la palmera que ardió durante el estallido social de hace una década y sobre las fuentes que calmaron los pies de los caminantes de Perón, hay una casa suspendida en el aire, un techo simbólico para un país con graves problemas de vivienda.
Será una “casa para pajaritos”, como despectivamente la llamó Hebe de Bonafini, pero una igual les sirvió a César y Claudia para escapar de la pobreza y empezar a pelear por la dignidad. 
En la Argentina desigual, hay personas que pueden comprar una Ferrari y otras que viven en casillas de tres metros por dos, sin cloacas ni agua potable, abrigados por paredes de cartón y engrudo.



César, Claudia y sus dos primeros hijos vivían así hasta 2009, cuando voluntarios de la organización Un Techo para mi País detectaron sus necesidades y su voluntad de superación. Dos días tardaron en armarles una casa de madera y chapa en Ringuelet, a 11 kilómetros de La Plata.
De seis metros cuadrados pasaron a vivir en 18. Lo que era una maqueta se convirtió en un hogar. “Te dan la casa, pero no de regalo, pagás el 10 por ciento del valor y asumís el compromiso de ayudar a levantar otras casas, algo que hacemos con mucho gusto. No podés alquilarla o usarla como kiosco o almacén, sino sólo para que viva tu familia”, dice César, desde el balcón con vista al Cabildo.